Angel Emilio Deza Gavidia. Rector de la UNELLEZ
La revolución que actualmente se desarrolla en Venezuela es un proceso original, por lo cual tratar de enmarcarlo forzadamente en un modelo preestablecido resulta tanto inútil como ocioso. Sin embargo, la manera racional de entender la realidad social en su complejidad, tanto desde la perspectiva de los científicos sociales como de los políticos empíricos, se basa en la categorización. Así, se ha caracterizado el proceso, sobre todo por parte de sus protagonistas, tanto el presidente Chávez como algunos de sus opositores, como “socialismo del siglo XXI” Esto ha llevado a ciertas simplificaciones y distorsiones en la interpretación de los hechos, haciendo comparaciones superficiales. Por ejemplo, desde las perspectivas opositoras se compara a Chávez con Stalin o con Castro (o hasta con Hitler o Mussolini) en la búsqueda de ilustrar el supuesto autoritarismo militarista que lo caracterizaría. Aún resuenan las voces de la alta jerarquía eclesiástica acusando el proceso venezolano de Castro comunista y marxista leninista. Desde la perspectiva de los revolucionarios, muchos buscan respuestas en las teorías del llamado marxismo leninismo sin darse cuenta de que tienden a incurrir en los mismos vicios criticados por los autores clásicos: dogmatismo, revisionismo, izquierdismo. O inventamos o erramos, es la máxima extraída del discurso robinsoniano. En este sentido, la comprensión del proceso social que vivimos requiere de una visión o postura crítica e histórica que tome de las experiencias pasadas las referencias necesarias para enriquecer la teoría para comprender lo que está pasando y así, eventualmente, evitar errores. Se trataría entonces de una reconstrucción histórica que alimente la reflexión y la elaboración teórica. Esta postura crítica implica también la no aceptación automática de verdades reveladas e inspiradas en los líderes.
Esto plantea un desafío teórico. El actual experimento socialista venezolano dista tanto en lo teórico como en la práctica, del modelo aplicado en las experiencias socialistas del siglo XX, genéricamente caracterizado como marxista-leninista o comunista, aunque, como se verá más adelante, tales caracterizaciones ideológicas no resuelven su diversidad. El reconocimiento de la especificidad y heterogeneidad de los procesos políticos vinculados al proyecto socialista, no es una novedad. Pudiera afirmarse que durante el siglo XX ninguna revolución socialista se pareció a la otra. Comenzando por la soviética, la cual, como hizo notar Antonio Gramsci, se apartaba de todas las anticipaciones de los clásicos del marxismo. Por ello la llamó, en un conocido articulo, “la revolución contra El Capital”, o sea, contra lo que los dogmáticos habían interpretado del muy mencionado libro de Marx. A medida que proliferaban las experiencias, se evidenciaba su riqueza y complejidad. Pero el liderazgo internacional de la URSS, las propuestas de Yugoslavia, luego China, Cuba, etc., unidas a la consigna del “internacionalismo proletario”, justificó hasta cierto punto, la idea falaz de que había un solo “modelo clásico” de socialismo.
En todo caso, además de la riqueza de la experiencia del siglo XX, del fracaso de los modelos predominantes, existe un conjunto importante de nuevos problemas políticos y sociales, propios del nuevo siglo, que no fueron ni siquiera abordados por el marxismo, como doctrina fundante de los experimentos socialistas del pasado siglo. Las reivindicaciones étnicas, la crisis ecológica, el asunto de los géneros, entre otros, exigen a una actualización del socialismo, nuevas respuestas o, por lo menos, nuevos abordajes.
Un rasgo distintivo del proceso venezolano, en comparación con otros del siglo pasado, es el camino de una Asamblea Nacional Constituyente para elaborar una nueva institucionalidad, en el marco de una revolución que se propone “pacífica pero armada”, gracias en gran parte a su carácter cívico-militar, el apoyo de parte fundamental de las Fuerzas Armadas, heredadas del anterior sistema, lo cual lo distingue de otra experiencia de avance hacia el socialismo a través de la democracia representativa: la Chile de los setenta. En el caso de la aplicación del proyecto socialista en la Venezuela actual, es especialmente llamativo el acento en las comunidades organizadas como sujetos de la construcción cotidiana de la revolución bolivariana, planteándose la transformación de la estructura social y productiva mediante el impulso de iniciativas de economía social y solidaria, lo que en fórmula concentrada se ha llamado “el estado comunal”.
Se trata de la transición de una situación conocida como sistema de conciliación de élites en el marco de de la hegemonía neoliberal, hacia una nueva situación que es calificada como la transición hacia el Socialismo del Siglo XXI.
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